⸻Huele muy bien ⸻lo dije con el culo despegado de la silla, el cuerpo inclinado hacia el centro de la mesa, la nariz volando entre las nubes de calor que emanaban la olla. La nariz de Anaí volaba también por ahí y a punto estuvimos de chocar, aunque en ese momento ninguno de los dos habríamos pensado en otra cosa que no fuera la comida.
⸻He escogido un vino tinto de Eponia. Cosecha del 82, uvas del valle del éter.
Y nos pusimos a comer.
Calladitos, salvo por las palabras que demanda la buena educación: elogiar al cocinero y evitar que solo el ruido de los cubiertos o del masticar se impusiera al silencio. Cuando llegamos al potaje, con una celeridad que cualquier médico gastrointestinal habría desaconsejado, y a propósito del pescado que engulliríamos con más gula que hambre, el tema de conversación fue la misión que tenía en la Ciudad Blanca.
⸻Hace medio siglo ⸻expliqué a Marco ⸻Nueva Nimadia y Sadayia compartían una línea de ferrocarril que atravesaba los Picos de la Lluvia. Había una estación en lo alto de las montañas, muy próxima al yacimiento de una antigua ciudad de gigantes. Por lo visto, un lugar muy popular entre los arqueólogos. La línea terminaba en el golfo de Imbra, donde había sido determinante para la creación de un puerto y una lonja en la que se comerciaba una exquisita variedad de salmón blanco. También abundan por ahí las rachas de viento, las fuertes mareas y la orografía necesaria para sacar de todo ello energía. Ese es el último propósito, una central eólica y una presa que beneficie tanto a la familia Avua como a los condes de Nueva Nimadia. Pero el paso previo es que nuestras ciudades vuelvan a estar comunicadas: tren arriba, tren abajo, mercancías, expediciones para alegrar a los fans de las magias perdidas, un poco de turismo. El obstáculo es la Federación Monárquica del Albor, a la que no le conviene que hagamos amigos fuera de su círculo de influencia. La Federación fue la artífice de que se cerrara la línea que ahora queremos volver a abrir.